Publicamos cultura e innovación tecnológica
Vos%2BEdiciones%2BLogos%2Btira%2Bnegro%2By%2Bgris.jpg

BlogVos

El blog de Vos Ediciones es el espacio de reflexión y análisis de amplio espectro de la industria de la manufactura, con temas vinculados a las políticas públicas e industriales, las finanzas, la economía, la educación y el ocio.

De qué hablamos cuando hablamos de cultura digital, por Francisco Vásquez*

No son recientes las aproximaciones a lo que entendemos por cultura. Un ejemplo es esta cita que hacemos de uno de los artículos que ha publicado Gabriel Zaid en la última década.

Cultura digital en circulación

“Los romanos inventaron el primer concepto de cultura: la cultura personal. Dieron a las palabras cultura, cultus, incultus (que tenían significados referentes al cultivo del campo y el culto a los dioses) un nuevo significado: cultivarse, adquirir personalmente el nivel de libertad, el espíritu crítico y la capacidad para vivir que es posible heredar de los grandes libros, el gran arte y los grandes ejemplos humanos. Cicerón habló de cultura animi, el cultivo del espíritu (Disputas tusculanas, 45 a. C.). Naturalmente, el cultivo de sí mismo ya existía, pero no estaba conceptualizado. Los romanos fueron “los primeros en tomar la cultura en serio” (Hannah Arendt, La crise de la culture) (1)

Pero como podemos deducir, el asunto de la cultura da para mucho, desde el pasado antiguo al futuro más lejano; o quizá pronto se descubra la fórmula de lo que ha sido, lo que es y no es, o de lo que será la cultura. Por lo pronto, podemos decir en general que la cultura es una metáfora del cambio que las personas sufren de un “estado natural” a un estado de apropiación de la lengua, las costumbres, los oficios, las técnicas y las artes de su sociedad, con todo lo que el “estado natural” se pueda problematizar.

Cultivar el espíritu –es decir, cultivar a la persona, cultivarse a uno mismo, a través de la adquisición personal de niveles de libertad y de capacidad crítica asumida en las expresiones de la cultura que nos anteceden como los libros, el arte, la historia, el pensamiento– implica además de un permanente revisionismo del pasado lejano y del cercano, de una atención especial en nuestro presente, con los riesgos del inmediatismo que conlleva.

Borges dijo en algún prólogo de los tantos que urdió que

“Hacia 1905, Hermann Bahr decidió: El único deber, ser moderno. Veintitantos años después, yo me impuse también esa obligación del todo superflua. Ser moderno es ser contemporáneo, ser actual: todos fatalmente lo somos. Nadie —fuera de cierto aventurero que soñó Wells— ha descubierto el arte de vivir en el futuro o en el pasado. No hay obra que no sea de su tiempo: la escrupulosa novela histórica Salammbô, cuyos protagonistas son los mercenarios de las guerras púnicas, es una típica novela francesa del siglo XIX. Nada sabemos de la literatura de Cartago, que verosímilmente fue rica, salvo que no podía incluir un libro como el de Flaubert. (2)

Obligación fatal, ser digital

 En la actualidad nuestra obligación fatal es ser digital. Y ser digital significa involucrarnos con todos los signos y todas las realidades que ello conlleva.

Podemos decir que los signos de la cultura digital son aquellos que están inmersos en las categorías y lemas empresariales. “Where do you want to go today?” Hasta dónde quieres llegar hoy, nos ha dicho un Microsoft omnipresente; el “Think Different”, Piensa diferente, de Apple en un tono un tanto más imperativo. En un sentido que ahora incluso nos parece incorrecto, pero que en su momento reflejaba un deseo de caracterizar Google, el “Don’t be evil”, No seas malvado, fue el primero que pasó a ser el “Do the right thing”, Haz lo correcto de Alphabet. Estos signos que dan pie a la cultura digital empresarial son signos de carácter ético, es decir, de conducta colectiva; y aún más, de conducta de masas. El imperativo es un signo de los tiempos digitales que corren. Otros signos son los que podemos leer entre líneas: la cultura digital viene articulada desde y para las empresas. La gratuidad de internet, por ejemplo, dio en el clavo. Aunque las enseñanzas de los años 2001 y 2002 han evidenciado la falsedad de dicha gratuidad desde un inicio; sólo los más ingenuos creen que internet y todo lo demás que se oferta en las redes sociales es gratuito, que no cuesta. Aún hoy es frecuente encontrar productos digitales que declaran que “bajar la aplicación” es gratis. ¿Hasta dónde vamos a llegar?

Las realidades de la cultura digital están imbricadas con sus signos, tanto que se confunden al grado de parecer lo mismo. Poder descargar una aplicación bancaria, digamos, es un hecho digital de actividad financiera. Esta realidad representa algo múltiple. Desde la declaración de un cierto estatus del cliente del banco (el teléfono celular debe ser acorde en capacidades con la demanda de la aplicación, la conexión a internet debe ser estable y capaz, por ejemplo), hasta el desarrollo de habilidades propiamente digitales. Y por más que existan estándares de usabilidad, lo cierto es que es distinto ser usuario de Android que de iOS; de Safari, Chrome o como se llame el de Windows, y así un robusto etcétera.

Hay otras realidades digitales que implican tener, lograr o alcanzar una cierta cultura digital. Participar o manejar redes sociales cada vez más diversas; trabajar o crear desde una computadora o tableta o celular o los tres al mismo tiempo; lo que conlleva a escribir, programar, diseñar, editar o compartir a una o más personas lo que hacemos para que a su vez reescriban, corrijan o comenten igualmente en un entorno digital conectados a internet, lo que se creó de origen. 

Internet 5G, machine learning y digital twins para hacer posible una mayor eficacia en procesos productivos en la manufactura; la data analytics para conocer y evaluar los comportamientos en los entornos digitales y sus usuarios; el IoT y el IIoT están presentes en casas, ciudades, industrias; con la AR (Augmented reality, Realidad aumentada) y la VR (Virtual Reality, Realidad aumentada) llegamos a lugares remotos con la vista puesta en un punto inmediato; en fin, la IA (Artifıcial Intelligence, Inteligencia Artificial) llegó para quedarse y dar la batalla de los robots inteligentes que leen y escriben, que aprenden y recuerdan, como si de humanos se tratase.

Cada una de estas tecnologías digitales apenas mencionadas que nos circunscriben, que nos escriben y nos reescriben evocan la mejor literatura ficcional e histórica al menos desde la modernidad e invocan un futuro siempre imaginable, a veces próximo, a veces inalcanzable. Aun cuando no seamos usuarios de las múltiples manifestaciones de las redes sociales digitales, si se tiene una vida escolar o profesional en cualquier nivel, un oficio académico o uno comercial, se tiene, por defecto, una vida digital, la cual puede ser precaria (pocos gadgets, pocas aplicaciones, poco tiempo conectados) o totalmente comprometida (acceso y actividad a numerosas redes y aplicaciones, mucho tiempo conectados a internet en computadoras, tabletas y celulares o móviles). Sin embargo, si bien existe el nivel de realidad de la vida digital, también existe ese otro nivel que es el de la conciencia de estar inmerso en la cultura digital. Es en este segundo nivel donde se libra la lucha entre los adeptos incondicionales y los reticentes críticos de la vida digital, ambos bandos arguyendo sinrazones para delimitar y fortalecer su postura.

En este tenor, parece que las llamadas querellas antiguas entre liberales y conservadores o entre ilustrados y románticos son tan vigentes como lo son desde hace más de medio siglo los integrados y los apocalípticos que delinea y problematiza Umberto Eco en su famoso libro. Sin embargo, sea cual sea la filiación de cada uno de nosotros, incluso si se pretende vivir en el justo medio aristotélico, los dados de nuestra postura ante la vida digital están indefectiblemente cargados, ya “…que el territorio se modifica, desde dentro y desde fuera. Y si se escriben libros sobre las comunicaciones de masas es preciso aceptar que son provisionales. E incluso que, en el espacio de una mañana, pierdan y vuelvan a recobrar actualidad.”(3) Donde felizmente podemos actualizar su vocabulario por el de la actual era digital.

Ingenuidad, entusiasmo, no sentido del riesgo, fe en el progreso, cierto tipo de pasividad e incluso algo de esperanza son algunas de las características de quienes se integran naturalmente a la novedad: esa pulsión tan barroca, tan moderna, que ha acompañado al impulso científico desde hace siglos. Por su parte están quienes dudan siempre, malinterpretando todo. Desconfiados, apocalípticos, temerosos, miedosos, conservadores, descreídos, estas personas son los salvaguardas de las conciencias de los más jóvenes, son sus protectores y garantes de un porvenir siempre perverso, indescifrable y amenazador.

Los fieles al progreso, ahora diríamos los fieles a la innovación digital, están embelesados con esta revolución tecnológica y creen en sus bondades incluso a priori. Quienes se resisten a la transformación digital ya sea por “sistema” o por miedo suelen vivir en el error, ya sea un 404 o un 504. Pero estos detalles los veremos seguramente en otra entrega dedicada, quizá, a la inteligencia artificial desde el punto de vista de la cultura que crea y recrea.

Finalmente, podemos decir que el cultivo de la personalidad contemporánea está sujeto al imperativo digital. Sin conceder ineluctablemente ante dicha realidad del presente (siempre podemos volver a la máquina de escribir mecánica y guardar el dinero bajo el colchón), es importante no sólo sentirnos víctimas de la historia corporativa a la que estamos vinculados ni sentirnos los paladines de tecnologías inocuas ante el ambiente o despolitizadas ante el loco presente local y mundial, antes de eso nuestro deber como contemporáneos es cultivarnos en los medios, en las redes de información, en la cultura que impacta a los más jóvenes y a los más viejos, sin importar a qué generación tipificada pertenezcamos: la generación perdida o la de los baby boomers a la generación Alfa, pasando por la X (no la que antes fuera Twitter), la Y o la Z.

1. Zaid, Gabriel (30 de junio de 2007). “Tres conceptos de cultura” en Letras Libres digital. Sitio web:  https://letraslibres.com/revista-espana/tres-conceptos-de-cultura/

2. Borges, Jorge Luis (2023). Fervor de Buenos Aires – Luna de enfrente – Cuaderno San Martín. Lumen-PRH, Buenos Aires. Edición de Kindle, p. 48.

3. Eco, Umberto (2011). Apocalípticos e integrados. Debolsillo-PRH. Edición de Kindle.

Francisco Vásquez

*Francisco Vásquez es editor de contenidos digitales en grupo Edilar, director editorial de Vos Ediciones y doctor en Teoría literaria por la UAM-I.